Amanece.
A diez manzanas, veinte árboles, doscientos coches y dos portales , exactamente del decimoctavo piso; en un pequeño apartamento de cincuenta metros cuadrados, daba los buenos días un agonizante despertador del todo a cien.
Que poco se imaginaba el viejo reloj que sería su último trabajo, sin dudarlo, sin ni siquiera abrir los ojos, como guadaña decidida , Marta lo calló para siempre lanzándolo por la ventana.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, se sentía más libre, más lejos de su antigua vida, quizá esta vez él tuviera razón, quizá las cosas iban a salir bien, por fin todo sería diferente, más fácil.
Sin querer mirar, tal vez para que la incertidumbre acunara a la esperanza durante unos segundos más, extendió su mano por la cama, pero el frío de la ausencia esta vez no le sorprendió demasiado, él llevaba tres noches durmiendo fuera de casa, asuntos de trabajo alegaba, y colocaba unas flores rojas en el jarrón.
Pero hoy se estaba retrasando, Marta se levantó esquivando cajas, recuerdos, acababan de mudarse, y lo único que habían decidido salvar de su antigua vida se encontraba empaquetado, clasificado en pequeñas cajas con anotaciones a boli negro.
Estaba decidida, hoy saldría a buscar trabajo.
A diez manzanas, veinte árboles, doscientos coches y dos portales, exactamente del pequeño apartamento, Julio abandonaba el decimoctavo piso con flores rojas en la mano, habían llegado los albañiles.
martes, 18 de septiembre de 2007
viernes, 7 de septiembre de 2007
1
Desde el decimoctavo piso de un edificio en construcción, Julio Abrochante observaba la ciudad. El local a medio acabar, con sus paredes y suelos de cemento desnudo, el frío nocturno que le transmitía el cristal del gran ventanal, la visión de la urbe, el silencio, llenaban el corazón de Julio de una esperanza crepuscular. El firme que pisaba con sus pies era el terreno abonado, a punto de ser sembrado, de lo que sería su nueva vida. Y en estos momentos sentía una euforia contenida, íntima, que nacía de las penalidades y de las cadenas de lo que consideraba ya la vida de un antepasado suyo, siendo, sin embargo, la suya propia. No era casualidad que fuera el decimoctavo piso.
En poco tiempo, lo sabía con certeza, sería el hombre más influyente de la ciudad.
En poco tiempo, lo sabía con certeza, sería el hombre más influyente de la ciudad.
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