Tres meses más y haría un año. Un año que estaba arruinado. Por completo y aparentemente sin remedio.
Un año y un par de meses antes, Alfonso Vasador había rechazado aquel paquete que Julio Abrochante había enviado a los propietarios de las empresas más importantes afincadas en la ciudad. Rechazó el paquete y el trato del que era mensajero en manos de mensajero.
Un año menos tres meses después, Alfonso Vasador pasaba las noches temblando de frío y de miedo y los dias tomando posesión de cartones y objetos nimios y vitales. De cien a cero en menos de un año. Frenada en seco. Corte de meada. Como quieran llamarlo.
Todavía le quedaba algo de sus famosas agallas, las que le habían servido durante tantos años para levantar y mantener a flote Acerova. Pero sabía que era cuestión de tiempo que también esas agallas se disolvieran como si jamás hubiesen existido. En la calle llevaba apenas dos meses. Pero dos meses de sentirse un despojo humano son suficientes para acabar con cualquiera. Alfonso calculaba que aún le quedaban otros dos para empezar a comprar cartones de vino barato a las 10 de la mañana. Dos meses para devolverle el paquete a Julio Abrochante.
Ahora pasaba por delante la mujer que, de haber seguido su vida el rumbo que él había trazado, hoy se convertiría en su amante. Pero ahora la mirada de ella resbala por encima de un tio sin nombre que ha aprendido a limpiarse el culo con billetes de autobús. Alfonso tampoco la mira a ella. Mira al vacío.
Y piensa.
martes, 17 de junio de 2008
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